“Ahí lo tienes, pero no es Ambrosio Fornet, es Max Perkins”


SOLO UN ABRAZO. Homenaje a Ambrosio Fornet en la 21 Feria del Libro de la Habana.

El maestro de los editores, excelente escritor, el más importante pensador de la narrativa cubana. Todos estos calificativos, condensados en una sola persona, podrían sonar excesivos. Para hacerlos verosímiles, bastaría con agregarles, al final, un nombre: Ambrosio Fornet.

Pero esos no fueron los únicos halagos dirigidos al Premio Nacional de Literatura y Edición el domingo 12 en la Fortaleza de San Carlos de la Cabaña, dentro del baluarte que lleva su nombre —hoy más conocido por albergar a la sala Nicolás Guillén—. Mucho se ha hablado de Ambrosio Fornet en esta 21a Feria Internacional del Libro; tanto, que si no fuera porque lo hacen sus amigos o porque el evento se dedica a su obra, un hombre como él, de modestia militante, probablemente se sentiría incómodo.

Uno de esos amigos, el escritor Eduardo Heras León, confesó que no podía hablar de Pocho —como le dicen los íntimos— sin emocionarse. También narró su primer encuentro, hace alrededor de 45 años. Una mano que escribía poemas, acariciaba al cisne salvaje y peinaba rizos color zanahoria, empujó la puerta del despacho de Fornet en la Editorial Arte y Literatura. Heras le había pedido a Luis Rogelio Nogueras, el Wichy, que le presentara al autor de las magníficas notas de contracubierta de las colecciones Cocuyo y Dragón.

“En esta última —recuerda Eduardo Heras—, está la obra maestra, el ‘Guernica’ o ‘Las meninas’ de las notas de contracubierta: la que dedicó a Agatha Christie. Aquella en que decía que más famosa que Winston Churchill, era la mujer que más había ganado con sus crímenes después de Lucrecia Borgia.”

Sin entrar a la oficina, desde la puerta entreabierta, Wichy señaló al interior y dijo: “Ahí lo tienes, pero no es Ambrosio Fornet, es Max Perkins”.

Aquel que corregía a Hemingway, la leyenda, el arquetipo del editor. Hablo de Perkins, desde luego, aunque fácilmente podría tratarse de Fornet, pues, como afirma Heras, él también es el paradigma de los editores: “No creo que antes o después de la Revolución haya existido en Cuba un editor de similar estatura, por lo menos, no lo conozco”.

Rememora, sobre todo, el tiempo en que Ambrosio Fornet y Edmundo Desnoes, desde la Editorial Arte y Literatura, intentaban actualizar al lector cubano en lo mejor de la literatura mundial. “Y tanto lo lograron que ahora, cuando evocamos ese período, lo recordamos como una suerte de edad de oro de la esfera editorial. Nadie, que yo sepa, ha realizado el adecuado balance de esos años, nadie ha dicho que fue una verdadera revolución que nos puso al alcance de los ojos, además de los clásicos del siglo XIX, prácticamente a todo el siglo XX”.

Fue en esos años que se hizo famoso por su agudo sentido crítico, algo que lo convirtió en un juez infalible entre los narradores de su generación. Todos, ha contado Heras varias veces, colocaban sus manuscritos sobre el buró de Ambrosio; pasar por allí, más que una prueba de fuego, era el mejor aval. Sus anotaciones enderezaron varios relatos torcidos, quizá los mismos que hubiese podido escribir él, de habérselo propuesto.

Heras terminó con las mismas palabras que utilizó una vez, hace ya algunos años, durante la presentación de El libro en Cuba. Siglos XVIII y XIX, la célebre investigación sobre el mundo del libro que hiciera Fornet: “Cada nueva obra que publica nos deja la ilusión de que la próxima será todavía mejor, tal es la fuerza de su magisterio. Vendrán nuevas obras, o tal vez no, pero en casos como el de Pocho, ya eso no tiene mayor importancia, por una muy simple y poderosa razón: su mejor obra es él mismo. Que esa obra, querido Pocho, que es tu propia vida, esté siempre con nosotros”.

Precisamente a El libro en Cuba se refirió la ensayista Cira Romero, señalando que, además de las habilidades como ensayista, crítico literario e investigador, explícitas en el texto, aparecen las técnicas del narrador. Pues Fornet, en este libro sobre libros, hilvana la historia con tal maestría, que fácilmente podría leerse como una novela histórica o de no ficción.

“Solamente le reclamo al autor —demandó Romero— lo mismo que le dije cuando tuve la suerte, ahora repetida, de presentar este libro en su segunda edición: completarlo con el siglo XX. Sé que tiene un camino transitado, al menos hasta el año 1926, pero, sin duda, el trabajo es arduo y el asunto se complica con fenómenos nuevos, ajenos al comportamiento de la centuria anterior. Deseos y fuerzas le sobran. Quizá algunos, bajo su guía, podríamos ayudarlo en la labor de rastreo. Por lo pronto, me brindo. En definitiva, no es la primera vez que lo tendría como mentor”.

Otro amigo, Francisco López Sacha, sin papel, borrador ni guía, destacó el gran mérito que ha tenido Ambrosio al nombrar las cosas —como hizo con el quinquenio gris— y recordarnos que sin cultura no hay nación ni es posible que seamos un pueblo unido y sin cultura cubana, difícilmente estaríamos aquí. “Creo que son muchas las cosas podemos agradecerle como teórico, pensador, culturólogo, maestro de generaciones y gran amigo”.

Pero Ambrosio no es hombre de aguantar elogios en silencio, al final, agregó una serie de apostillas, como en los textos que edita, a las observaciones de los amigos: no se considera el maestro de los editores, primero está don Fernando Ortiz. “Las meninas” de las notas de contraportada le debe mucho, en realidad, a un comentario sobre Agatha Christie que leyó, siglos ha, en una revista inglesa. En cuanto a la continuación de El libro en Cuba, es el único proyecto serio que aún le queda por hacer y ya trabaja en él. Durante toda su carrera, concluye, no ha hecho más que contribuir a ensanchar un poco esas preocupaciones que atormentaban a toda su generación.

Sin embargo, no fue suya la última palabra. Después de las presentaciones de sus libros Rutas críticasA título personalYo no vi ná y otras indagaciones, Narrar la naciónLas trampas del oficio y Nicolás Guillén y el laberinto de la diáspora antillana, ocurrió algo que absolutamente nadie, ni siquiera Aida Bahr, la moderadora, podía imaginar.

De la primera fila, titilante, diminuta, encanecida, se levantó una mujer que quería hablarle a Ambrosio. Llevaba bastón, espejuelos de medialuna y voz temblorosa. Dijo que era de Bayamo, de Veguitas, donde él nació; que sus padres habían sido amigos de la familia Fornet y que lo único que pedía era darle un abrazo. Silvia Gil, Jorge Fornet, Eduardo Heras León, Francisco López Sacha, Aida Bahr, Cira Romero, Abel Prieto, Zuleica Romay, María de los Ángeles Ortiz, Jorge Ibarra, todos, quebraron el silencio húmedo con los aplausos.

Ignoro si, mientras la abrazaba, Ambrosio lloró. Pero vi más de una lágrima rociada entre el auditorio. Y, al final, el ramo de flores que siempre se da al homenajeado, terminó, apretado bien fuerte, contra la empuñadura de un bastón.

Fuente: la Jiribilla, La Habana, Cuba, 2012. Foto de Yohandry Leyva


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