Luis Rogelio Nogueras: SALUTACIÓN FRATERNA A REGINO PEDROSO


Canta la máquina;
las cosedoras tejen la nueva vida;
y el obrero del carbón
y el obrero del hierro,
el trabajador del mar
y el torcedor que tiene las manos perfumadas de tabaco,
el hombre que en el ingenio vigila tenaz la válvula
y el soldado que vigila en la noche profunda,
y el estudiante que vence complicados logaritmos,
y el que se levanta antes del alba y siembra una palabra pura 
son una misma, indivisible voz que canta.

¡Cantan los hombres y las máquinas!

Y el hierro
y la madera
y los sueños
y la nafta
y los músculos
y el carbón
y la sangre
alimentan las calderas del mañana.

El trabajo es el eje que cruza el corazón de los hombres 
y barre las ruinas, el sufrimiento
preparando un estupendo porvenir.
Un estupendo porvenir,
levantando piedra a piedra
con la gigantesca voluntad del presente.
Un porvenir que está sólo a un millón de pasos de distancia 
y que es posible tocar desde aquí
con sólo estirar la punta de los sueños.

Pero el presente de fuego
y el futuro de amor
tiene detrás
—a un millón de pasos de distancia—
El oscuro, el atormentado tiempo del horror.

Tiempo en que las máquinas no cantaban.

Tiempo de la ampolla cuarteada
y del maldito e inacabable olor de la nafta,
del carbón
y de la sangre.
Un tiempo de ocasos sangrientos,
de horcas de las cuales colgaban sin vida los poemas, 
de escombros y almas podridas,
de canciones abandonadas a la voracidad de las ratas, 
de ilusiones comidas por la tisis
y del sabor insoportable del ocaso y la derrota.

¡Un tiempo nudo de espanto!

Y en mitad de la hora más sombría;
cuando muchos, cegados por el humo del hambre y 
ensordecidos por el sonido de la muerte
no veían ni oían
no ya el mañana, sino el minuto siguiente,
usted levantó la canción del porvenir, 
que fue como un susurro cálido, humano 
en mitad de la noche;
que fue como un apretón de manos
o como un llamado a la huelga.
Usted repartió́ pedazos del futuro
y de algún modo
abrió́ una ventana.

Por eso, en este tiempo en que los hombres y las maquinas cantan,
libres ya de la noria agotadora;
en este tiempo en que la voz se alza limpia —no de la grasa o el carbón o la 
tierra trabajadora que no manchan—
sino limpia del polvo del rencor y del sabor de la fiebre, 
yo lo saludo, Regino Pedroso,
en nombre de los sueños cumplidos.
Usted también es un artesano del futuro.
Usted también construye la belleza, funde el acero 
y siembra en el umbral del porvenir.
Usted también
es una fábrica.



Regino Pedroso Aldama (Unión de Reyes, 5 de abril de 1896 – La Habana, 7 de diciembre de 1983) fue un poeta cubano. En sus comienzos realizó poesía modernista; más tarde fue el iniciador de la poesía de temática social en su país.

Abandonó los estudios a los 13 años de edad y trabajó como aprendiz de carpintero, en una fábrica de acero y en un taller ferroviario.

En los años 1919 y 1920 publicó sus primeros poemas en El Fígaro,Castalia y Chic. En 1927 dio a conocer en el suplemento literario del Diario de la Marina el poema «Salutación fraterna al taller mecánico», con el que se inicia la poesía de temática obrera en Cuba.

En 1930 comienza a trabajar en la redacción del periódico La Prensa. También fue redactor y corrector de pruebas del periódico Ahora. Ese mismo año publica su primer libro, titulado Nosotros.

Formó parte del consejo de dirección de la revista Masas, órgano de la Liga Antimperialista de Cuba. En 1935 fue condenado a seis meses de prisión, por razones políticas, junto con los demás integrantes del consejo de dirección de dicha revista.

Obtuvo el Premio Nacional de Poesía de Cuba en 1939 por su libro Más allá canta el mar. Ese mismo año apareció publicada su Antología poética (1918-1938).

En 1955 publica el libro de versos El ciruelo de Yuan Pei Fu, en el que rinde homenaje a sus ancestros chinos.

Trabajó hasta 1959 en la Dirección de Cultura del Ministerio de Educación. Posteriormente fue consejero cultural de Cuba en la República Popular China y en México. En 1975 se reunió toda su poesía en el libro Obra poética, con un estudio introductorio de Félix Pita Rodríguez.