Para recordar a Rafael Alcides


El Caimán Barbudo

Hoy 9 de junio, Rafael Alcides Pérez cumpliría 90 años y en El Caimán Barbudo queremos evocar a esta gran figura de la cultura cubana, por medio de republicar un texto aparecido en nuestras páginas a raíz de su muerte.

Estampido final en los periódicos

Por Joaquín Borges-Triana

EPITAFIO

Un pañuelo, unas aspirinas,

dos o tres palabras misteriosas,

pero suficiente

en la ciudad. Ningún vaso de agua.

Eso os dejo. Lo demás

es mi secreto, mi derecho.

Mi estampido final en los periódicos.

Lo anterior es el epitafio que a modo de poema, para el día en que ya no estuviese vivo, se escribió Rafael Alcides Pérez, cuando lejos estaba de saber que el 19 de junio de 2018 moriría aquí, en La Habana, víctima de cáncer. No fui amigo suyo, nunca lo conocí en persona. O tal vez sí, fui su amigo pues de algún modo dialogué intensamente con él a través de la lectura de su poesía. Porque eso fue Rafael, un poeta, y uno de los más grandes surgidos en Cuba durante la segunda mitad del pasado siglo XX. Lo demás, no importa, o al menos a mí, no me importa. Sucede que como escribiese Virgilio López Lemus en un sentido obituario publicado en el Portal Cubarte tras el fallecimiento de este poeta y narrador: “Él tuvo el derecho de renunciar a lo que quisiera, nosotros no tenemos derecho a renunciar a él y a su hermosa obra.”

Aunque uno admire a Antonio Machado por su proyección personal, así como por su literatura, nadie que sea amante de la buena poesía y se respete podrá denostar a su hermano Manuel como hacedor de hermosos versos, más allá de que en lo político estuviese de parte del régimen de Francisco Franco. Y con Alcides ocurre algo similar.

Los que no se dan cuenta de que valores como la familia y la cultura están por encima de todo, y cuando digo todo, es todo, podrán obviarlo so pretexto de que fue alguien que en un momento dado de su vida, decidió ponerse en contra del sistema sociopolítico cubano. La historia de la literatura nunca podrá ser la historia de lo políticamente correcto, ni en términos escriturales ni de proceder de los autores.

A tono con lo anterior, si amamos de verdad la esencia de lo que es el arte y la literatura, uno pasa por alto la proyección política de alguien como Rafael Alcides, de ahí que asumo como mías las palabras escritas sobre él por León de la Hoz, a propósito de su fallecimiento:

“Alcides era uno de los apodos de Hércules y el diminutivo de Alceo que significa valor, disciplina, sinceridad, amor y fuerza. Por si esto fuera poco, además de poseer todas esas virtudes, tan escasas en nuestros días, Rafael Alcides es uno de los poetas más representativos de la poesía cubana del siglo XX y de la generación de los 50 a la que pertenece.”

CARTA A RUBÉN

    Hijo mío,
    harina, ternura
    de mis ternuras,
    ángel más leve que los ángeles:
    desde hoy en adelante
    eres el exiliado,
    el que bajo otros cielos
    organiza su cama y su mesa
    donde puede,
    el que en la alta noche
    despierta asustado y presuroso
    corre por la mañana
    a buscar debajo de la puerta
    la posible carta
    que por un instante
    le devuelva el barrio,
    la calle, la casa
    por donde pasaba la dicha como un río,
    el perro, el gato,
    el olor de los almuerzos del domingo,
    todo lo bueno y eterno,
    lo único eterno,
    cuanto quedó perdido
    allá atrás, muy lejos
    cuando el avión como un pájaro triste
    se fue diciendo adiós.
    El que deambula y sueña
    lejos de la patria, el extraño,
    el tolerado –y, a veces,
    con suerte, el protegido
    al que se le regalan abrigos
    y los zapatos que se iban a botar.
    Pero nosotros,
    nosotros los solos,
    los tristes,
    los luctuosos,
    los que medio muertos
    hemos visto partir el avión
    — sin saber si volverá
    ni si estaríamos entonces–,/nosotros, esos desventurados
    que fuman y envejecen
    y consumen barbitúricos,
    esperando al cartero,
    nosotros, ¿dónde,
    adónde,
    en qué patria estamos ahora?
    ¿La patria, lejos de lo que se ama…?
    ¿La patria, donde falta un cubierto a la mesa,
    donde siempre sobra una cama…?
    Dios y yo y el sinsonte
    que cantaba en la ventana
    lo sabemos, niño mío, que fuiste a dar tan lejos:
    donde se vive entre paredones y cerrojos
    también es el exilio, y así,
    con anillos de diamantes
    o martillo en la mano,
    todos los de acá
    somos exiliados. Todos.
    Los que se fueron
    y los que se quedaron.
    Y no hay, no hay
    palabras en la lengua
    ni películas en el mundo
    para hacer la acusación:
    millones de seres mutilados
    intercambiando besos, recuerdos y suspiros
    por encima de la mar.
    Telefonea,
    hijo. Escribe.
    Mándame una foto.


Duele que en nuestros medios de comunicación apenas se haya hecho mención a la muerte de este imprescindible de las letras cubanas y de quien tenemos que sentirnos orgullosos por su condición de notable poeta, en virtud de su imaginación, ingenio y capacidad de reflexión en relación con la vida nacional. Semejante silencio noticioso es una falta de respeto para los que disfrutamos de su poesía con suma pasión y fervor pero, sobre todo, para la historia de nuestra literatura.

Ese negativo proceder resulta expresión, por una parte, de la acción de quienes se esmeran en hacer realidad lo que proclamaba desde su título aquel viejo libro de Aldo Baroni: Cuba, país de poca memoria; y por otra, de los problemas que imperan hoy entre nosotros, cuando figuras de poca monta desde el prisma de sus valores artísticos (por encima de que en el pasado hayan gozado de algo tan efímero como la popularidad) y ya venidos a menos en el mercado, al visitarnos son recibidos por acá a todo bombo y platillo, tanto por la prensa cultural como por representantes de distintas instituciones, con lo cual se le concede el beneficio de un segundo aire a personajillos que no son más que cadáveres fuera de caja.

En relación con dicha falta de atención y del no calibrar la dimensión de una figura como Alcides, Roberto Manzano escribió en Facebook: “El martes 19 de junio, en horas de la tarde, murió en La Habana el notable poeta cubano Rafael Alcides. La cultura cubana ha sufrido una gran pérdida. Amó entrañablemente a su país. Toda su obra poética es un testimonio vivo de ese amor. Cuando un poeta cumplido se marcha, la construcción subjetiva que ha elaborado a través de su arco vital se clausura, y si el sistema de cultura a que pertenece no se ha encontrado atento puede ocurrir que no se calibre su auténtica estatura. Si además de esa falta de atención necesaria, de apertura humanista amplia, se añaden otras desatenciones, llenas de desdén o suspicacia, el sistema de cultura que cree protegerse de ese modo merma ostensiblemente, en todos los sentidos. Los que han leído su obra, y han estado atentos a su legítima configuración interior, mirándola con simpatía y desprejuicio, saben que la poesía de Rafael Alcides lo sobrevivirá con creces, y por encima de todos los contratiempos.”

EN EL ENTIERRO DEL HOMBRE COMÚN

    A Raúl Luis

    Cuando un entierro con dos máquinas solas
    pasa y nadie se fija, yo tiemblo, me estremezco,
    palpito; siento miedo de ser un hombre.
    Pero me sobrepongo.

    Algo muy importante acaba de suceder en el mundo
    y empiezo a tararear el himno nacional.
    A estas alturas mi corazón no puede más.
    Había seguido con la vista el entierro.
    De pronto echo a correr,
    me reúno con los que están junto al hoyo,
    tomo valor yo también para dejar caer el terrón.
    Ese muerto es para mí el triunfo de la especie,
    ese muerto anónimo que fue el alma del combate
    sin embargo,
    pero, ahora,
    ese muerto solo:
    sin más victoria que el silencio.
    Y lloro militarmente en la tumba de mi único general.


Nacido en 1933 en Bayamo, otrora provincia de Oriente, hay quienes recordarán a Rafael Alcides por haber sido productor, director y guionista de un antiguo programa radial denominado En su lugar, la poesía. Pero lo fundamental en su trayectoria es que él ha sido considerado por varios representantes de nuestra crítica literaria como el más coloquialista de los poetas cubanos. Vale la pena resaltar que el coloquialismo es uno de los movimientos poéticos de mayor trascendencia en nuestra literatura e incluso puede afirmarse que entre nosotros llega a ser una suerte de proceso estético, que a la mitad del siglo anterior devino corriente hegemónica. Así, en la poesía de Alcides, de uno u otro modo encontramos los lenguajes de la vida cotidiana y los problemas del ciudadano de a pie, sin abandonar un remarcado trasfondo existencial.

Rafael Alcides fue integrante de la segunda promoción de la llamada Generación Poética del 50 y, por tanto, su nombre se asocia a los de Fayad Jamís, Pablo Armando Fernández y Antón Arrufat. Sus primeros libros publicados fueron los cuadernos Himnos de Montaña, de 1961; y Gitana, de 1962. Aunque su obra poética abarca otros materiales, entre ellos Noche en el recuerdo (1989), Y se mueren y vuelven y se mueren (1989), Nadie (1993), hay consenso entre los especialistas de que el libro suyo que le aseguró el pase a la posteridad fue el titulado Agradecido como un perro y que viese la luz en 1983.

Por entonces yo estudiaba en la Facultad de Artes y Letras de la Universidad de La Habana y recuerdo el impacto que ese poemario causó entre quienes recorríamos las aulas del edificio Dihigo. La emotividad e ingeniosidad de aquellos poemas (junto al carácter autobiográfico que siempre caracterizó la obra de Alcides) nos atrapó sin remedio y, de hecho, se convirtieron en referentes obligados para toda una generación de jóvenes poetas de esos ya lejanos días.

Los elogios a aquel libro, y en especial al poema “El agradecido”, del que brota el nombre del volumen, fueron abundantes y así, el crítico e investigador Virgilio López Lemus afirma en relación con dicho poema: “resulta una obra de arte de la palabra conversacional, propio de la línea emotivo-especulativa o emocional y meditativa que él arrojó dentro de la corriente poética comandada por su generación: el coloquialismo.”

Por su parte, Marilyn Bobes en un texto suyo para rendir homenaje al fallecido Rafael Alcides asegura: “Aunque se aventuró alguna vez en la prosa con su novela Contracastro que obtuviera mención en el concurso de la Casa de las Américas, en 1965, y con la colaboración que hizo a El Cazador del también poeta Raúl Luis, es indiscutible que Alcides era fundamentalmente un hombre de versos cuya autenticidad y carácter convencional lo llevaban a tocar, con un trasfondo semi-filosófico, todo lo relativo a temas como la realidad social, el amor, la amistad y la vida cotidiana sin reparar en el tono levemente antipoético que él asumía con ejemplar magisterio.”

LOS MINISTROS

Cada vez que oigo hablar de un amigo
al que van a hacer ministro,
alguien borra una parte de mi vida.
Me quedo solo en el parque Aguirre
con aquella camisa Mc Gregor que jamás llegué a tener,
conversando en la noche con nadie.
El poder no siempre corrompe a los hombres,
pero los separa.
Entre un ministro y yo hay algo más que un escritorio
de por medio:
Los ministros sueñan.
Avanzan en su máquina cargados de sueños,
con sueño. Sin tiempo siquiera
para poseer a su mujer, acariciar a sus hijos.
Un ministro no es un tipo cualquiera del pasado,
es alguien que ya está en la Historia.
De él depende todo el día de mañana.
Y sueña.
Firma documentos.
Discute. Toma su corazón y lo pone de maquinaria
donde hacían falta piezas de repuesto.
No sale al teléfono.
No tienen derecho a estar tristes los ministros.
No beben cerveza
en público. No van al cine.
Jamás los encontramos en un ómnibus.
Un ministro es tal vez el ser más infeliz del mundo.
El más solo.
Sus amigos de antes, los más desgraciados.
La memoria no debiera alimentarse del recuerdo.
Los ministros debieran nacer ministros,
es mi última palabra. Entre las lágrimas.

La evocación que hoy he realizado en estas páginas acerca de la figura de Rafael Alcides Pérez, viene dada por la sencilla razón de que cuando se piensa que los cubanos no somos un pueblo milenario sino que tenemos una historia bastante joven, apenas cinco siglos, hay que concluir que no podemos darnos el lujo de no incentivar la memoria cultural y perder del patrimonio nacional a figuras que, al margen de posturas políticas o de vivir en disímiles puntos del planeta, son glorias de nuestro devenir artístico literario. Porque, por encima de cualquier expresión del síndrome de idiotismo censor, ¿quién se atrevería a afirmar que la literatura de este escritor no nos pertenece?

La acción de preservar el patrimonio cultural de la nación, del que la literatura llevada a cabo por el poeta y narrador fallecido en la tarde del 19 de junio de 2018 es parte consustancial, implica guardar y proteger nuestra memoria como un arca, conscientes de que Cuba es una confluencia telúrica y misteriosa, que alcanza dimensiones místicas y mágicas de reductos extraños, raros y guarecedores de la belleza, aunque haya quienes no se percaten de ello.

Como afirmase Cintio Vitier en un ensayo suyo sobre el tema de la identidad: “Del Estado podemos disentir; de la nación, en cuanto es un pueblo asentado en un territorio, podemos alejarnos; pero la nacionalidad, que en definitiva es la cultura en su más amplio sentido, nos une a todos.”

De ahí que más allá de que Rafael Alcides disintiese de la política del Estado cubano, el legado de su obra, con un estilo inconfundible y que marcó a tantos, permanece vivo como parte de eso que nos trasciende a todos por encima de nuestras proyecciones políticas: la cultura cubana. Por ello, poemas de Alcides como el que a continuación reproduzco, siguen vivos en la antología personal de amantes como yo de nuestra poesía de ayer, hoy y siempre:

EL AGRADECIDO

    A Nati Revuelta

Toda mi vida ha sido un desastre
del que no me arrepiento.
La falta de niñez me hizo hombre
y el amor me sostiene.
La cárcel, el hambre, todo;
todo eso me ha estado muy bien:
las puñaladas en la noche,
y el padre desconocido.
Y así de lo que no tuve
nace esto que soy:
bien poca cosa, es verdad,
pero enorme, agradecido como un perro.

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